Relativo al paisaje
Fragmentos de una conversación con Alejandro Quiroga
“La invención del paisaje moderno es fotográfica.”
Justo Pastor Mellado
“...la tensión entre objeto real y objeto imaginario no existe,
todo es real, todo está ahí y uno se mueve entre los parques y las
calles,
deslumbrado por una presencia siempre distante.”
Ricardo Piglia
Avanza la
máquina y a los cuatro costados se forman y desaparecen fragmentos
del mundo, encuadres en movimiento de carteles publicitarios,
plantaciones, silos metálicos, bosques y torres de alta tensión
aplastados bajo la luz. Viajando por una carretera. El horizonte
varía su inclinación. Un hombre vende sandías junto a una pizarra
mal escrita. Detrás de él, un extenso campo de tono ocre. Los
potreros son esa interrupción intercalada entre las edificaciones de
nuestra vida civilizada. Malezas, se podría decir. A ratos el
paisaje aparece como una escenografía desplegada desde los bordes de
una carretera. Con toda certeza, las carreteras no atraviesan un
paisaje, lo construyen.
Mi
interés está en trabajar con estos 'lugares-tipo”, lugares en los
que el espectador ve una cosa que cree que conoce o imagina haber
estado ahí. Y en realidad eso es imposible porque ese espacio sólo
tiene lugar en su representación.
Con
Alejandro Quiroga conversamos sobre la inquietud que le plantea el
retrato de las grandes extensiones de lo que solemos llamar “natural”
y que ahora se han reconvertido en un espacio explotado por nuestras
máquinas y aparatos de registro. Su trabajo se levanta a partir de
un cúmulo de referentes visuales provenientes de la fotografía que
nos permiten una cercanía que revela la distancia. Hablamos de la
“melancolía de la imagen”. Hemos estado en tantos lugares que
sólo la imperfección del olvido nos permite ordenar nuestras
memorias de manera que parezcan algo real, un lugar. Vemos un campo a
la pasada. Caminamos por un bosque y llegamos a un claro entre los
árboles donde se levanta una casa. Es un lugar nuevo, es un lugar
viejo: no lo conocemos pero lo reconocemos. Una experiencia visual
acumulada donde la memoria y la proyección son equivalentes.
Me
preocupa el alejamiento del referente fotográfico y la sumatoria de
este campo más psicológico.
Tal vez
retocar un viejo dicho: la imagen no deja ver el paisaje. ¿Dónde
trabaja entonces el pintor? Entre lo real y lo aparente su
peregrinaje busca una ficción alusiva a la recuperación de la
veracidad de la imagen. El abuso de la visualidad de los tiempos
actuales ha restado fuerza a la sensación de estar ahí. Tanto ha
pasado delante de nuestros ojos que habría que buscar una forma de
regresar al paisaje a través del medio pictórico: un viaje de
vuelta a la pintura. Quiroga habla de “volver a aprender a pintar.”
Dejé
de pintar al óleo porque me vino una alergia. Tuve que pasarme al
acrílico. Eso fue como volver a un punto de partida, volver a pintar
de nuevo. Pero una vez armado un cuerpo de trabajo, no puedes estar
contento con el lugar al que llegas. Siempre hay que estar
cuestionándote formalmente. El contenido no varía mucho en diez
años.
El cambio
de técnica ocurrió de improviso. Las inquietudes continuaban allí.
¿Cómo ver lo ya visto, cómo entrar en un territorio donde la
pintura retrata y recuerda en el mismo gesto? Y lo que más inquieta:
¿cómo, en su representación, la pintura observa el entorno, lo
configura, le da una presencia gráfica que sustituye la exactitud
técnica de la fotografía por la veladura? Si tradicionalmente el
paisaje alude a una forma académica de hacer pintura desde el
realismo, la pintura de Quiroga explora el territorio de la imagen
reproducida hasta su extenuación.
Me
interesa el paisajismo como reflexión sobre el territorio. Primero
me sitúo en el paisaje y luego entiendo dónde estoy parado.
Entonces
hablamos de territorio. ¿Qué es “territorio”? La pregunta trata
de rescatar la capacidad de un concepto desbordado desde todos los
campos: territorio pictórico, territorio de la memoria, territorio
de lo político. O, donde más urge aclararlo, territorio como
combinación de elementos que delatan un orden de lo real. Mitad
mentira, mitad verdad. Todo lo que nos ha quedado son un cúmulo de
imágenes, como si la visión de nuestro entorno jamás pudiese
acceder a lo que está ahí, sino como un recuerdo o una fantasía.
En algún momento Jorge Luis Borges aseguró que el límite entre lo
real y lo imaginario es más imaginario que real. Entonces, pintar
es, en ocasiones, identificar lo ya visto según una serie de
parámetros dados por los encuentros con lugares que nunca sabemos
bien si todavía existen. Pintar como un ejercicio de reapropiación
fallida.
Volver
a aprender a pintar.
Entre la
fugacidad de la imagen y la fijación de los referentes, surge un
territorio perfectamente definido por la imaginación de la memoria.
Un paisaje es la sala de espera de una mirada que le devuelva la
vida. Allí Quiroga instala el atril, entre la conciencia histórica
y la irrealidad fotográfica. Un recuerdo imaginario. Sus paisajes
son la reconstitución de una escena donde se entreveran secuencias
de película, fotos de la infancia, recuerdos de unas vacaciones,
souvenirs... un viaje.
El
término road movie es muy determinante en mi trabajo. Creo que, en
parte, hago una road movie a partir de estos fotogramas. Aunque sin
protagonista.
Una de las
fotos que sirvió para sus pinturas vienen de una pausa camino a la
playa, una instantánea que jamás tuvo un destino preciso, una pausa
que no estaba prevista. Ni siquiera la sacó él. Del mismo modo, le
basta una imagen pixelada extraída de alguna página web a la que
llego por casualidad, vagando por internet, viajando también. Es una
imagen casi vacía, una vista panorámica sobre un campo nevado. ¿Qué
hay ahí? ¿Qué se puede pintar?
No lo
tengo muy claro. Pero a mí siempre me ha interesado el paisaje con
nieve porque tiene que ver con el blanco y negro a plena luz del día.
En
realidad a mí lo que me interesa es lo monocromo. Por eso me llama
la atención la nieve. Más que una pintura colorinche y descriptiva.
Me interesa esa situación gráfica que se da a plena luz de día en
la nieve. Todo es difuso.
La
veladura es, tal vez, la figuración del recuerdo, la pátina que
añade espesor a la imagen. Ver nunca es un acontecimiento totalmente
prístino. Ver es acceder a lo que tenemos ahí delante a través de
una serie de referencias que le dan su peso específico, su
historicidad, su carácter añorable, a esa sensación de ya visto.
“La
mirada es el poso del hombre”, sostiene Walter Benjamin; es decir,
la mirada es un depósito, un sedimento, una huella. En una época en
la que todas las imágenes fotográficas han sido concebidas,
tomadas, reproducidas, nuestra mirada está más allá de la
condición testimonial. En el siglo presente, la foto ya no es una
evidencia. Y nuestra mirada está saturada (“hemos quedado ciegos
ante la hipervisibilidad del mundo”, sostenía Serge Daney). Resta,
tal vez, la pintura, como aspiración a redimir la capacidad de
ver... lo que ya no se ve.
Por
último, resta también, como una transparencia, la música. Por
años, en paralelo a su actividad como pintor, Alejandro Quiroga ha
grabado una serie de temas concebidos como un sonido de fondo a
situaciones posibles. Wall of sound, según él mismo la define.
La
música me ha permitido entender que los trabajos en pintura son
igual que los tracks de audio.
Música de fondo para paisajes de carretera.
Pedro Donoso, Valparaiso. Chile
Pedro Donoso, Valparaiso. Chile
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