lunes, 18 de mayo de 2015

Mitad Mentira / Mitad Verdad. Pinturas Galería Patricia Ready, junio 2014




Relativo al paisaje 
 
Fragmentos de una conversación con Alejandro Quiroga


“La invención del paisaje moderno es fotográfica.”
Justo Pastor Mellado

“...la tensión entre objeto real y objeto imaginario no existe,
todo es real, todo está ahí y uno se mueve entre los parques y las calles,
deslumbrado por una presencia siempre distante.”
Ricardo Piglia





Avanza la máquina y a los cuatro costados se forman y desaparecen fragmentos del mundo, encuadres en movimiento de carteles publicitarios, plantaciones, silos metálicos, bosques y torres de alta tensión aplastados bajo la luz. Viajando por una carretera. El horizonte varía su inclinación. Un hombre vende sandías junto a una pizarra mal escrita. Detrás de él, un extenso campo de tono ocre. Los potreros son esa interrupción intercalada entre las edificaciones de nuestra vida civilizada. Malezas, se podría decir. A ratos el paisaje aparece como una escenografía desplegada desde los bordes de una carretera. Con toda certeza, las carreteras no atraviesan un paisaje, lo construyen.
Mi interés está en trabajar con estos 'lugares-tipo”, lugares en los que el espectador ve una cosa que cree que conoce o imagina haber estado ahí. Y en realidad eso es imposible porque ese espacio sólo tiene lugar en su representación.

Con Alejandro Quiroga conversamos sobre la inquietud que le plantea el retrato de las grandes extensiones de lo que solemos llamar “natural” y que ahora se han reconvertido en un espacio explotado por nuestras máquinas y aparatos de registro. Su trabajo se levanta a partir de un cúmulo de referentes visuales provenientes de la fotografía que nos permiten una cercanía que revela la distancia. Hablamos de la “melancolía de la imagen”. Hemos estado en tantos lugares que sólo la imperfección del olvido nos permite ordenar nuestras memorias de manera que parezcan algo real, un lugar. Vemos un campo a la pasada. Caminamos por un bosque y llegamos a un claro entre los árboles donde se levanta una casa. Es un lugar nuevo, es un lugar viejo: no lo conocemos pero lo reconocemos. Una experiencia visual acumulada donde la memoria y la proyección son equivalentes.

Me preocupa el alejamiento del referente fotográfico y la sumatoria de este campo más psicológico.

Tal vez retocar un viejo dicho: la imagen no deja ver el paisaje. ¿Dónde trabaja entonces el pintor? Entre lo real y lo aparente su peregrinaje busca una ficción alusiva a la recuperación de la veracidad de la imagen. El abuso de la visualidad de los tiempos actuales ha restado fuerza a la sensación de estar ahí. Tanto ha pasado delante de nuestros ojos que habría que buscar una forma de regresar al paisaje a través del medio pictórico: un viaje de vuelta a la pintura. Quiroga habla de “volver a aprender a pintar.”

Dejé de pintar al óleo porque me vino una alergia. Tuve que pasarme al acrílico. Eso fue como volver a un punto de partida, volver a pintar de nuevo. Pero una vez armado un cuerpo de trabajo, no puedes estar contento con el lugar al que llegas. Siempre hay que estar cuestionándote formalmente. El contenido no varía mucho en diez años.

El cambio de técnica ocurrió de improviso. Las inquietudes continuaban allí. ¿Cómo ver lo ya visto, cómo entrar en un territorio donde la pintura retrata y recuerda en el mismo gesto? Y lo que más inquieta: ¿cómo, en su representación, la pintura observa el entorno, lo configura, le da una presencia gráfica que sustituye la exactitud técnica de la fotografía por la veladura? Si tradicionalmente el paisaje alude a una forma académica de hacer pintura desde el realismo, la pintura de Quiroga explora el territorio de la imagen reproducida hasta su extenuación.

Me interesa el paisajismo como reflexión sobre el territorio. Primero me sitúo en el paisaje y luego entiendo dónde estoy parado.

Entonces hablamos de territorio. ¿Qué es “territorio”? La pregunta trata de rescatar la capacidad de un concepto desbordado desde todos los campos: territorio pictórico, territorio de la memoria, territorio de lo político. O, donde más urge aclararlo, territorio como combinación de elementos que delatan un orden de lo real. Mitad mentira, mitad verdad. Todo lo que nos ha quedado son un cúmulo de imágenes, como si la visión de nuestro entorno jamás pudiese acceder a lo que está ahí, sino como un recuerdo o una fantasía. En algún momento Jorge Luis Borges aseguró que el límite entre lo real y lo imaginario es más imaginario que real. Entonces, pintar es, en ocasiones, identificar lo ya visto según una serie de parámetros dados por los encuentros con lugares que nunca sabemos bien si todavía existen. Pintar como un ejercicio de reapropiación fallida.

Volver a aprender a pintar.

Entre la fugacidad de la imagen y la fijación de los referentes, surge un territorio perfectamente definido por la imaginación de la memoria. Un paisaje es la sala de espera de una mirada que le devuelva la vida. Allí Quiroga instala el atril, entre la conciencia histórica y la irrealidad fotográfica. Un recuerdo imaginario. Sus paisajes son la reconstitución de una escena donde se entreveran secuencias de película, fotos de la infancia, recuerdos de unas vacaciones, souvenirs... un viaje.

El término road movie es muy determinante en mi trabajo. Creo que, en parte, hago una road movie a partir de estos fotogramas. Aunque sin protagonista.

Una de las fotos que sirvió para sus pinturas vienen de una pausa camino a la playa, una instantánea que jamás tuvo un destino preciso, una pausa que no estaba prevista. Ni siquiera la sacó él. Del mismo modo, le basta una imagen pixelada extraída de alguna página web a la que llego por casualidad, vagando por internet, viajando también. Es una imagen casi vacía, una vista panorámica sobre un campo nevado. ¿Qué hay ahí? ¿Qué se puede pintar?

No lo tengo muy claro. Pero a mí siempre me ha interesado el paisaje con nieve porque tiene que ver con el blanco y negro a plena luz del día.
En realidad a mí lo que me interesa es lo monocromo. Por eso me llama la atención la nieve. Más que una pintura colorinche y descriptiva. Me interesa esa situación gráfica que se da a plena luz de día en la nieve. Todo es difuso.

La veladura es, tal vez, la figuración del recuerdo, la pátina que añade espesor a la imagen. Ver nunca es un acontecimiento totalmente prístino. Ver es acceder a lo que tenemos ahí delante a través de una serie de referencias que le dan su peso específico, su historicidad, su carácter añorable, a esa sensación de ya visto.

“La mirada es el poso del hombre”, sostiene Walter Benjamin; es decir, la mirada es un depósito, un sedimento, una huella. En una época en la que todas las imágenes fotográficas han sido concebidas, tomadas, reproducidas, nuestra mirada está más allá de la condición testimonial. En el siglo presente, la foto ya no es una evidencia. Y nuestra mirada está saturada (“hemos quedado ciegos ante la hipervisibilidad del mundo”, sostenía Serge Daney). Resta, tal vez, la pintura, como aspiración a redimir la capacidad de ver... lo que ya no se ve.

Por último, resta también, como una transparencia, la música. Por años, en paralelo a su actividad como pintor, Alejandro Quiroga ha grabado una serie de temas concebidos como un sonido de fondo a situaciones posibles. Wall of sound, según él mismo la define.

La música me ha permitido entender que los trabajos en pintura son igual que los tracks de audio.

Música de fondo para paisajes de carretera.

Pedro Donoso, Valparaiso. Chile
















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